VIACRUCIS Por Las Familias Colombianas


Bienvenida.
Hermanos y hermanas, ¡El Señor les dé su paz!
En este año Santo de 2025 el Papa Francisco nos ha llamado a cruzar la Puerta Santa, pero, sobre todo, a abrir las puertas interiores de nuestras vidas y de nuestras familias para que el Señor, pase y renueve nuestra esperanza, como él mismo lo afirma: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3, 20). Este Viernes Santo vamos a caminar como discípulos peregrinos con nuestro Señor, esperanza que no defrauda.
El Santo Padre ha anunciado que este año será Jubilar, de gozo y esperanza; tiempo para restablecer una relación esperanzada con Dios, con los demás y con toda la creación, año especial de perdón y reconciliación; algo que ocurre cada 25 años y será un año de esperanza para un mundo que sufre la crueldad de la guerra, la migración de tantos en búsqueda de condiciones más dignas, desigualdad entre ricos y pobres, entre países desarrollados y subdesarrollados, efecto destructivo de nuestra casa común, crisis climática, efectos de la pandemia aún por superar, irrespeto por la dignidad humana y de tantas familias necesitadas de reconciliación.
Procedamos en paz.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¡El Señor les dé su paz!
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Oración del Jubileo.
Padre que estás en el cielo, la fe que nos has donado en tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano, y la llama de caridad infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, despierten en nosotros la bienaventurada esperanza en la venida de tu Reino.
Tu gracia nos transforme en dedicados cultivadores de las semillas del Evangelio que fermenten la humanidad y el cosmos, en espera confiada de los cielos nuevos y de la tierra nueva, cuando vencidas las fuerzas del mal, se manifestará para siempre tu gloria.
La gracia del Jubileo reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza, el anhelo de los bienes celestiales y derrame en el mundo entero la alegría y la paz de nuestro Redentor. A ti, Dios bendito eternamente, sea la alabanza y la gloria por los siglos.
Amén.
(Papa Francisco).
Estaciones.
Primera Estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El evangelista San Marcos (15, 6-20) afirma:
“Pilato, queriendo satisfacer al pueblo, les soltó a Barrabás, y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuese crucificado”.
Reflexionemos:
Hoy día la familia también es condenada. Se le condena porque dicen que ya pasó de moda, que hay que formar nuevas familias superando las diferencias entre hombre y mujer, esposo y esposa. No son pocos los que dicen que el matrimonio no es válido para hoy y se unen libremente, dispuestos a separarse cuando surja la primera dificultad. Se condena al matrimonio porque dicen que impone una convivencia diaria que quita la libertad del individuo. Se condena al matrimonio, porque no quieren comprometerse “para siempre”. Se condena al matrimonio, porque se considera a los hijos como una carga y no como un gozo, y se prefiere adoptar mascotas. Hemos olvidado que la familia tiene la misión irremplazable de educar en la fe, formar personas y promover el desarrollo de la sociedad.
El símbolo de este año Jubilar muestra cuatro figuras estilizadas, cuatro personas que representan a toda la humanidad, procedentes de los cuatro puntos cardinales de la tierra, que se abrazan ya que están unidos por los valores que han hecho suyos las familias como el respeto por la dignidad humana y de la creación. La figura del frente que sostiene la cruz eres Tú Señor, esperanza nuestra.
Oremos:
Padre justo, escucha la oración de tu amado Hijo y mira con bondad y ternura a todos los inocentes perseguidos, a los prisioneros que claman justifica en cárceles infames, a aquellos que presienten el fin después de una larga pena inmerecida. Tu presencia misteriosa haga más llevadera su amargura y disipe las tinieblas de dolor. Que no nos acostumbremos nunca, Padre, a ver encadenadas la libertad y la esperanza que has concedido a nuestras familias, a hombres y mujeres, creados a tu imagen y semejanza.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.

Segunda Estación: JESÚS SALE AL CAMINO CON LA CRUZ.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
San Marcos nos dice, que Jesús: “llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere ser mi discípulo, que se niegue así mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará»” (Mc 8, 34-35). No en vano nos dijiste: “Yo soy el camino…” (Jn 14, 6).
Reflexionemos:
El matrimonio y la familia tienen que tomar la cruz de la convivencia diaria. Cristo Jesús, después de ser brutalmente azotado y coronado de espinas, tiene que cargar con su cruz, es decir, con nuestras cruces. Con pocas fuerzas, pero con mucho amor. La familia es una comunidad de vida y amor. En él todo ha de ser compartido: lo que tenemos, lo que hacemos y los que somos. Y compartirlo con gozo. Pero con el tiempo, aparecen los defectos disimulados, ocultos, “perdonados en el noviazgo”. Estar juntos día y noche, un día y otro día, un año y otro año, puede ser para algunos una pesada cruz. Es la cruz de la convivencia diaria, de la pesada rutina. Una cruz que en algunos casos se hace dura y difícil. Pero esa cruz también redime y salva.
Oremos:
Tu cruz, Señor, la cruz del logo del año Santo que estamos celebrando, no es estática, no está quieta, es una cruz dinámica y se curva hacia la humanidad, saliendo a nuestro encuentro y no dejándonos solos, ofreciéndonos la certeza de tu presencia, ¡Oh, Señor crucificado y glorioso! El crucifijo de San Francisco de Asís, signo de esperanza para nuestro mundo, en este tiempo de grandes crisis globales, tiempo en que hombres y mujeres expresan de todos los modos la necesidad extrema de poder tener esperanza.
Que la mirada esperanzada de nuestras familias tenga siempre como horizonte el signo de nuestra salvación, clavado en el corazón del mundo, para que, contemplándolo y creyendo en Ti, no nos perdamos, sino que tengamos la luz del Espíritu de vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.

Tercera Estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El profeta Isaías, 6 siglos antes de Cristo, nos habla anticipadamente del Siervo sufriente; así, anunciaba sus padecimientos y su glorificación, a tal punto de ser llamado el quinto evangelista. Jesús, es como quien “soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado”.
Reflexionemos:
Primera caída de los matrimonios: Entre celos, monotonía y desconfianzas pasan los primeros años del matrimonio. Con el paso del tiempo se apagan las primeras ilusiones. Se ven las cosas con menos pasión y con menos ilusión. El color rosa de los primeros momentos da paso al color gris-morado de la realidad monótona de cada día. En muchos casos el amor se enfría y se debilita. Aparecen, la soledad, las lágrimas silenciosas, las caras largas. Es el momento del amor herido. Y surgen inevitablemente las sospechas, los celos y el cansancio que tanto hacen sufrir. Esta suele ser la primera caída de muchos esposos, que un día se prometieron felicidad y fidelidad eterna, y ahora parece que aquellas promesas no se ven cumplidas.
Oremos:
Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia te derriba. El peso de nuestras desesperanzas. Pero tu caída no es signo de un destino adverso que nos paraliza. Ayúdanos a ver a Dios en ti, Jesús Cristo que te muestras tan frágil, que tropiezas y caes. El peso de la cruz cayó sobre tu cuerpo maltratado y golpeado. Por un momento, te quedaste ahí luchando por respirar con el peso del mundo sobre ti. Cargas la cruz a tus espaldas y lo haces con amor, y nos recuerdas que, si queremos ser discípulos tuyos, debemos cargar con nuestra cruz y las de nuestras familias todos los días.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.
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Cuarta Estación: JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE EN EL CAMINO.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: “Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción -y a ti misma una espada te traspasará el alma -, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 34-35).
Reflexionemos:
María estaba preparada para el dolor. Cuando presentó a su hijo en el Templo de Jerusalén a los pocos días de nacer le dijeron que “una espada de dolor le atravesaría el alma”. María había sufrido en Belén, en Egipto, en Nazaret, en la pobreza, en tantas ocasiones. Pero ahora está muy cerca, de pie en el Calvario después de verlo cargando la cruz, coronado de espinas, ensangrentado y a punto de morir.
Hoy son muchas las madres que sufren por sus hijos: es el dolor de una madre ante su hijo enfermo física o sicológicamente; ante el hijo que prometía mucho y se vuelve un hijo calavera, ante el hijo que no encuentra trabajo, ante el hijo que se encamina por los senderos de la droga o de la delincuencia. Siempre será la madre que sufre en silencio.
Oremos:
Señor Jesús, que tuviste a tu lado a tu Madre en el momento supremo del camino al Calvario, ayuda a cuantas madres sufren en silencio por sus hijos, dales fortaleza y valentía para sobrellevar su dolor y sufrimiento.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.

Quinta Estación: JESÚS ES AYUDADO POR SIMÓN DE CIRENE.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El pasaje bíblico que describe este hecho es de San Lucas (23, 26). “Cuando lo llevaban, echaron mano de un tal Simón de Cirene que venía de su granja en Libia y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús”.
Reflexionemos:
San Pablo dice a los Gálatas (6, 2-5): “Cada persona debe cargar su propia carga. Pero, … cuando tengan dificultades, ayúdense unos a otros”. Esa es la manera de obedecer a la ley de Cristo. También, hombres y mujeres de hoy esperan encontrar en cada uno de nosotros un cireneo.
El mundo que se opone al plan amoroso de Dios da mucha importancia a hombres y mujeres cada vez más individuales y privados en todas sus relaciones; nos hace más egoístas y menos solidarios; nadie quiere sufrir y se tapa con un manojo de limosnas la miseria de tantas familias que padecen división, hambre, enfermedad, vejez, abandono, soledad. La solidaridad fingida de la algunos nos llevarán al sinsentido de una sociedad muerta porque no cree en el valor de amar, de sufrir con los demás. Nadie en la vida está libre de una cruz. También la hay en la vida de esposos y padres, en las familias. Para unos la cruz puede ser el agobio económico, falta de trabajo, para otros el desplazamiento; para unos la cruz serán los hijos, o para estos serán sus padres; para otros la enfermedad, la ancianidad. Pero en el matrimonio todo es común, todo debe ser compartido por esposos, padres e hijos, ser mutuamente cireneos. Maderos a veces muy pesados como consumismo, infidelidad, falta de diálogo, separación, incomprensión, embriaguez, falta de perdón.
Oremos:
Señor Jesús, que en el camino del Calvario tuviste en Simón de Cirene una ayuda para llevar la cruz, haz que esposos, padres e hijos sean cireneos los unos para los otros; que en las familias sepan ayudarse a llevar la cruz de cada día.
Que cambiemos nuestra actitud de ser cireneos obligados de las familias que necesitan de quienes quieran también hacer liviana su propia cruz, porque comprenden que el camino de la solidaridad es la respuesta a aquellos que se les ha olvidado amar.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.

Sexta Estación: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
En el libro del profeta Isaías (53, 2-3), podemos leer sobre el Siervo sufriente: “No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado”.
Reflexionemos:
¡Cuántas veces en la vida de familia hay caras marcadas por las arrugas, por el cansancio, por el duro trabajo, por la enfermedad, por las contradicciones y problemas, por el dolor! Es el momento en que haya alguien dispuesto a limpiar, a ayudar, a compartir, a entregarse. Unas veces, la mayor de esas veces será la madre. Otras veces tendrá que ser el esposo y padre. Pero siempre será necesario que alguien, como la Verónica, esté dispuesto a limpiar el dolor ajeno. Alguien dispuesto a sacrificarse para que los demás puedan aliviar su dolor.
Oremos:
Señor Jesús, que camino del Calvario tuviste el consuelo de que una mujer te limpiara el rostro; ayuda a los esposos, padres e hijos para que estén siempre atentos al dolor que pueda haber en sus hogares, para ayudar y compartir, para aliviar y consolar.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.
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Séptima Estación: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El profeta Isaías (52, 13), se anticipó proféticamente al anunciar sobre el sufrimiento de Cristo al hablar del Siervo sufriente: “Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿Quién se preocupará por su descendencia? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron”.
Reflexionemos:
Los derribamos con nuestra indiferencia y desatención. Hay padres que hacen caer a sus hijos en el alcohol y las drogas. Hay hijos que hacen caer a sus padres en la desesperación por su mala conducta, por su desobediencia e ingratitud. Hay pastores que hacen caer la fe de los fieles. Hay hermanos que ponen zancadillas a sus hermanos, tratándolos de mala manera. Hay muchos que hacen caer a los demás de mil formas. Empeñémonos en no quebrantar la esperanza de nadie por nuestros escándalos y mal ejemplo. Que no seamos un obstáculo, sino una ayuda eficaz para nuestros hermanos y hermanas. A pesar de las caídas, la esperanza es necesaria para enfrentar el sufrimiento. En el camino de la esperanza, la segunda caída es la de la desesperación. También Jesús debió sentir esta prueba ante la dureza de los suyos.
Oremos:
Al caer de nuevo, has mandado un claro mensaje de humildad a nuestras familias. Naciste y viviste en la familia de Nazaret. Has caído en tierra, en ese humus del que hemos nacido los «humanos». Somos tierra, somos barro. Pero has querido ser como nosotros, y ahora te muestras cercano a nosotros, con nuestras mismas dificultades, las mismas debilidades, con el mismo sudor de la frente. Ahora tú, en este doloroso viernes, como nos ocurre también a nosotros, estás postrado por el dolor. Pero tienes la fuerza para seguir adelante, no tienes miedo a las dificultades que puedas encontrar. Y sabes que al final del esfuerzo estás a la derecha de tu Padre; te levantas para dirigirte precisamente allí, para abrirnos las puertas de tu Reino.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.

Octava Estación: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
San Lucas (23, 27) nos narra que “Lo seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo «Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, lloren más bien por ustedes y por sus hijos… porque si esto hacen con el leño verde, ¿Qué harán con el seco?»
Reflexionemos:
Jesús reprende unas lágrimas que lloran lamentos estériles que no alivian el dolor humano, con una extraña advertencia. Es la llamada a actuar con acierto y realismo, para saber consolar aquellos que sufren por la verdad. Estamos invitados a llorar con realismo, a aceptar el dolor de los demás. A ver en las lágrimas de la mujer cabeza de hogar, de la mujer explotada sexualmente, de la mujer abusada y abandonada, la despreciada, a la adulta mayor olvidada, la trabajadora, la necesidad de obrar con realismo y buscar estructuras que amparen su dignidad, que puedan con su ternura ser capaces de consolar las lágrimas injustas de la humanidad.
Oremos:
Señor Jesús, que no consuelas con amor a pesar de tu dolor, mira a tantas familias destrozadas por la mentira, la infidelidad, el engaño del feminismo mal entendido y del aborto; a tantas mujeres víctimas de un sistema machista que nos hace olvidar que poseemos la misma dignidad, que hay derechos y también deberes. Ayúdanos a recordar siempre que de tu mano surgió el amor hecho mujer, para que ponga el sabor de la ternura a la vida del hombre. A ti, Jesús, en cuyo rostro resplandece la luz del Padre y la ternura de la Madre, alabanza y gloria al Espíritu, el eterno amor en el tiempo de la espera y en el gozo eterno.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.
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Novena Estación: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Según el profeta Isaías (53, 7-9), Jesús “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿Quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y de dispuso con los impíos su sepultura, más con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca”.
Reflexionemos:
Esta vez se trata de la tercera caída en el matrimonio y en la vida familiar: la enfermedad. Ya faltaba poco para llegar a la cumbre del Calvario. Apenas unos pasos. Pero Jesús no podía más. Estaba desangrado. Había llegado al límite de sus fuerzas, no podía más y cae al suelo bajo el madero de la cruz por tercera vez. En la vida de las familias no hay problemas insolubles, cuando hay salud y fuerzas para afrontarlos. “Mientras haya salud…”, solemos decir. Pero, cuando menos lo esperamos, surge la enfermedad, la operación difícil, el accidente laboral o de tráfico, el tumor canceroso que tanto nos asusta. Y todo se nos derrumba a nuestro alrededor. Nos faltan las fuerzas. Nos dan ganas de revelarnos. “¿Por qué a mí, Señor? ¿Por qué nos tenía que tocar a nosotros?”. La cruz se hace demasiado pesada para nuestros hombros. Y caemos bajo el peso del dolor. Surge la desesperación, se reniega de todo y de todos. También se reniega de Dios que nos permite tales desgracias. Esta caída, la de renegar de Dios, es una caída de muchas familias.
Oremos:
Señor Jesús, que caíste en tierra por tercera vez bajo el peso de la cruz. Ayuda los matrimonios que sufren la cruz de la enfermedad, ayúdales a comprender que el dolor es el camino y el medio de la tercera caída de los esposos; el problema de los hijos. Los hijos son muchas veces, más que una alegría, un problema serio. Para muchos padres son una pesada carga que lleva a volver a caer en el desánimo y en el desaliento. Unas veces es una enfermedad del hijo que preocupa y angustia. Otras, las más, son los malos pasos que dan, su rebeldía. Incluso, la delincuencia y la droga. ¡Cuántos disgustos Señor, nos dan a veces! Hay momentos en los que incluso parece que nos arrepentimos de haberlos traído al mundo. Nos pesan, como a ti te pesaba la cruz. Nos hacen sufrir, nos hacen caer en el desconsuelo y la desesperación.
Ayúdanos, Señor, a levantarnos y continuar, porque aún nos falta.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.
Décima Estación: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Del Evangelio de San Juan (19, 23-24): “Cuando los soldados pusieron en la cruz a Jesús, se repartieron su ropa en cuatro partes iguales, una parte cada soldado. Se apoderaron también de su túnica, que era sin costura, de una sola pieza. Se dijeron entre ellos: «no la rompamos, más bien, echémosla a la suerte a ver de quien será.» Así se cumplió una profecía que dice: «Se repartieron mi ropa y sortearon mi túnica.» Fue lo que hicieron los solados”.
Reflexionemos:
Los padres y madres de familia deben despojarse de su autoritarismo y su paternalismo. Mientras los hijos son pequeños, sus padres les arropan y protegen constantemente. Se les sobreprotege. Se les mima. Pero pasan los años y los hijos crecen, se hacen mayores. Quieren independizarse de sus padres y se alejan de su hogar. Incluso, a veces, se revelan contra la autoridad y la protección de sus padres. Y entonces, surge el drama en muchas familias. Los padres olvidan muchas veces que sus hijos ya son mayores, que pueden volar por sí mismos, que tienen derecho a una cierta independencia y autonomía. Los padres no saben desprenderse del paternalismo y autoritarismo. Olvidan que su autoridad debe tener ya unos límites. Y sufren.
Oremos:
Señor Jesús, que fuiste desnudado en el monte del Calvario; ayuda a los padres en la difícil tarea de despojarse de su autoritarismo y paternalismo con que anulan, sin desearlo y con buena fe, la personalidad de sus hijos.
Jesús Maestro, enséñanos a no confiar en nuestras cosas, por magníficas que parezcan.
Jesús Hermano, acompaña a los pobres de esta tierra, es decir, a los que han sido empobrecidos.
Jesús Señor, perdona esa farisaica ostentación con que pretendemos cubrir el vacío de nuestra vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.
Décima primera Estación: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Escuchemos la Palabra del Señor según el evangelista Juan (19, 17-18): “Jesús salió cargando él mismo con la cruz, hacia un lugar llamado la Calavera, en hebreo Gólgota. Allí lo crucificaron con otros dos; uno a cada lado y en medio Jesús”.
¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti Señor Jesús!
Reflexionemos:
La cruz de la ancianidad. Al llegar a la cima de los años, al subir la cuesta de los muchos días, desnudándonos de agilidad y fortaleza, nos vamos haciendo viejos. Para suavizar la realidad decimos que nos hacemos mayores. Pero los años pesan. Es la pesada cruz de la edad, de la ancianidad. Unos la sobrellevan con cierta dignidad, otros con aceptación cristiana. Muchos reniegan por haber llegado tan pronto a la cumbre de la vida. Pidamos a Cristo clavado en la cruz por todos los que cargan con la pesada cruz de los muchos años, para que no pierdan nunca la esperanza.
Nuestras familias colombianas son heridas mortalmente por la irresponsabilidad, violencia y el maltrato hacia dentro de ellas mismas; el consumo de drogas, secuestro, terrorismo; por los rencores; por el facilismo al conseguir dinero; por el alejamiento de sus integrantes en búsqueda de más recursos para vivir mejor; por el divorcio, la unión libre, el aborto y el supuesto nuevo modelo de familia. Por el enfermo e indolente sistema de salud de nuestro país.
Oremos:
Señor Jesús, que fuiste clavado de manos y pies en una cruz; te pedimos por todos aquellos ancianos que cargan con la pesada cruz de los años. Ayúdales a sobrellevar las incomodidades de la edad y el abandono y a que mantengan siempre firme la esperanza. Hoy te suplicamos Señor, por tantas familias colombianas indefensas ante tantas amenazas y heridas de muerte por tantas circunstancias dolorosas.
Señor Jesús, tú mueres para darnos vida. Dale sentido a la esperanza de tantas familias sedientas de amor, diálogo, perdón, solidaridad, unión, fidelidad, responsabilidad, vida digna, justicia y reparación de los violentos que les han arrebatado a sus seres queridos, tierras, tranquilidad, tan sedientes de mejores oportunidades para todos como vivienda, salud, trabajo digno, educación, defensa de la vida y dignidad.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.
Décima segunda Estación: JESÚS MUERE EN LA CRUZ.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El evangelista San Lucas (23, 44-46), nos narra el momento supremo: “Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. El sol se oscureció y el velo del Templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.» Habiendo dicho esto, expiró”.
Reflexionemos:
La viudez: La muerte de uno de los esposos. Ha llegado el temido final. Cristo está clavado en la cruz y desde ella entrega su vida y la entrega por amor. Perdona a sus verdugos, nos entrega su Madre, pide agua, dice que su obra está consumada, y muere. Las sombras y las tinieblas cubren el Calvario. Hay gente que comienza a creer. El centurión romano dice que ese hombre era Dios. Se cumple la profecía de Jesús: “Cuando sea elevado, atraeré a todos a mí”. Todo, por lejano que nos parezca, llega en la vida. Unas cosas antes, otras después. Pero al final siempre está la muerte ciega, segura, cruel. Y tarde o temprano siempre acaba haciendo acto de presencia.
Cuando muere alguien en una familia, muere algo para todos. Pero cuando muere uno de los esposos, es el otro quien más muere con él. Entonces aparecen como únicos compañeros de la viudez la sombra, el vacío, el desamparo, la soledad. Y eso, nadie podrá volver a llenarlo del todo. Después solo quedan los recuerdos, las lágrimas y las oraciones. Pidamos a Cristo muerto en la cruz por tantos viudos, huérfanos, huérfanas, para que sean atendidos y no se encuentren solos.
Oremos:
Estaba la Madre dolorosa junto a la cruz, llorosa, en que pendía su Hijo. Su alma gimiente, contristada y doliente, atravesó la espada. ¡Oh, cuán triste y afligida estuvo aquella afligida Madre del Unigénito! Languidecía y se dolía la piadosa Madre que veía las penas de su excelso Hijo. Cuando, Cristo, haya de irme, concédeme que tu Madre me guíe a la palma de la victoria. Y cuando mi cuerpo muera, haz que a mi alma le concedan del Paraíso la gloria.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.
Décima tercera Estación: JESÚS ES PUESTO EN BRAZOS DE SU MADRE.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Siguiendo a San Juan (19, 44-25), podemos constatar que Jesús nos dio a su Santísima Madre como compañera en el camino: “Y estaban junto a la cruz de Jesús su madre y María Magdalena. Y cuando vió Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: «Mujer, he ahí tu hijo.» Después dijo al discípulo: «He ahí tu madre»”.
Reflexionemos:
Poco antes de morir en la cruz, Jesús ha dejado a su Madre al cuidado del discípulo amado y ha confiado al discípulo a la atención amorosa de su Madre. Desde entonces, María es modelo para la esperanza de la Iglesia peregrina. Por eso, el pueblo de Dios sigue invocándola con los nombres de “Vida, dulzura y esperanza”. Junto a ella, el pueblo de Dios desea vivir en la fidelidad a la Palabra de Dios y espera la glorificación de todo lo humano.
Cuando los hijos mueren. La escena tenía que hacer llorar hasta las piedras. María, traspasada del dolor, recoge durante unos instantes en su regazo el cadáver de su Hijo. Aquel cuerpo destrozado, aunque no lo pareciera, era el de su Hijo. Aquel Hijo que ella había cobijado tantas veces de niño. Aquel hijo que ella había visto crecer. Aquel que “todo lo había hecho bien”, estaba ahora muerto en sus brazos. Algunos padres viven la terrible experiencia de ver morir a un hijo. Los accidentes, la enfermedad incurable, el tumor maligno, el infarto, la violencia, la guerra. Cerrar los ojos a un hijo es una de las experiencias más duras y crueles de la vida. Algo que sólo puede entender quien a tenido la desgracia de vivirla en su propia carne. Algunos padres han bebido este amargo trago. Estos son los únicos que están en condiciones de saber cómo fue el dolor de María al tener en su regazo el cuerpo muerto de su Hijo.
Oremos:
Virgen María que viste morir a tu Hijo en una cruz y lo recogiste después en tus brazos; ayuda a las familias que pasan por el amargo trance de perder a un hijo. Dales fortaleza y esperanza.
Jesús Muerto, enséñanos a confiar siempre en la Palabra de Dios, como tu madre.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.

Décima cuarta Estación: JESÚS COLOCADO EN EL SEPULCRO, RESUCITA GLORIOSO.

Te adoramos ¡Oh, Cristo! Y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
En el Evangelio de San Marcos (16, 6-7): “El ángel les dijo: «no tengan miedo. Ustedes buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. No está aquí, ha resucitado. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que irá antes que ellos a Galilea. Allí lo verán…»”.
Reflexionemos:
Para Jesús, bajar al sepulcro fue la consecuencia lógica de su encarnación. El grano de trigo aceptaba pudrirse en el surco para producir nueva vida. Solo a partir de la resurrección será comprensible el camino de Jesús de Nazaret.
La muerte del que queda. El cuerpo de Jesús fue colocado en un sepulcro nuevo, excavado en la pierda, pero prestado. El que era dueño de cielos y tierra, muere más pobre que nadie.
Ante el silencio humano de este momento, hay que pensar en tantas familias anónimas y secretas que hacen el bien a sus semejantes, que se convierten en semillas de esperanza ante la vida que la Iglesia y la sociedad necesitan. Cuando se lucha conservando la esperanza, cuando se insiste con la paciencia que requiere el amor, la vida de la familia se convierte en Signo de Pascua, de la vida en el amor y en el servicio que el mundo reclama. Hay que seguir luchando para que la unidad familiar no se rompa; es necesario valerse de todo medio, de todo recurso para que la familia, que es la Iglesia doméstica y la célula de nuestra sociedad, siga dando vida, respeto y dignidad a sus integrantes.
Oremos:
Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad.
Señor Jesús que dijiste “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá para siempre”.
Hermanos y hermanas. Concluimos nuestro peregrinar con Jesús; a través de este acto piadoso, hemos sentido al Dios solidario con hombres y mujeres, que siempre acompaña a las familias y las está llevando a participar plenamente de la vida familiar que hay en la Santísima Trinidad, para que Dios sea todo en todos aquí y en la eternidad.
Oremos finalmente por la Papa Francisco, vicario de Cristo, ya que es a través de la Iglesia, la administradora de las bendiciones de Dios, que logramos los méritos de Cristo.
Oremos confiados para que se nos conceda la indulgencia por el acto piadoso que hemos realizado, meditando la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor. Dispongámonos a ganar la indulgencia, es decir, el perdón del castigo temporal por el mal que causamos por los pecados, aunque hayan sido debidamente confesados y perdonados.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Señor, pequé.
Ten misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
Amén.
Canto.
Bendición de San Francisco de Asís.
El Señor les bendiga y les guarde, les muestre el Señor su rostro y tenga misericordia de ustedes, vuelva el Señor su rostro y tenga misericordia de ustedes. Los bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Amén.
Canto.